jueves, 5 de noviembre de 2009

Lo Detectivesco en Edgar Allan Poe


El cuento o la novela policial es uno de los géneros que más atrapan de cuantos existen en la literatura. Se nutre de la acción, el drama y el suspenso que genera en la mayoría de los casos una inmersión del lector, quien durante la lectura va haciendo las labores de un detective externo; sigue sus propias pruebas y razones lógicas a la par del personaje del libro. La historia da el mérito a Edgar Allan Poe como el creador del género policiaco gracias a sus obras “Los Crímenes en la Calle Morgue”, “La Carta Robada” y “El misterio de María Roguet”. Poe entrelaza estos tres textos gracias la figura de C. Auguste Dupin. Este Personaje no es estrictamente un detective profesional, sino más bien un hombre hábil e inteligente que combina su intelecto y creatividad para lograr resolver los casos. Poe creó a Dupin mucho antes que el término detective fuese conocido. “No se sabe a ciencia cierta qué lo inspiró, pero el apellido Dupin parece provenir del inglés “Duping” que significa engañar o timar”[1]

Es tanta la destreza de este detective que parece incluso que lee los pensamientos de su compañero (el narrador), además logra identificarse con el criminal y adentrarse en su mente. Esta actitud en la que este hábil detective piensa como el malhechor para resolver un crimen se ve explicada en “La Carta Robada” donde Dupin narra la habilidad de un pequeño chico para jugar a los pares e impares.

“Conocí a uno que tenía ocho años y cuyos triunfos en el juego de «par e impar» atraían la admiración general. (…) Uno de los contendientes oculta en la mano cierta cantidad de bolitas y pregunta al otro: “¿Par o impar?” Si éste adivina correctamente, gana una bolita; si se equivoca, pierde una. El niño de quien hablo ganaba todas las bolitas de la escuela. Naturalmente, tenía un método de adivinación que consistía en la simple observación y en el cálculo de la astucia de sus adversarios. Supongamos que uno de éstos sea un perfecto tonto y que, levantando la mano cerrada, le pregunta: « ¿Par o impar?» Nuestro colegial responde: «Impar», y pierde, pero a la segunda vez gana, por cuanto se ha dicho a sí mismo: «El tonto tenía pares la primera vez, y su astucia no va más allá de preparar impares para la segunda vez. Por lo tanto, diré impar.» Lo dice, y gana. Ahora bien, si le toca jugar con un tonto ligeramente superior al anterior, razonará en la siguiente forma: «Este muchacho sabe que la primera vez elegí impar, y en la segunda se le ocurrirá como primer impulso pasar de par a impar, pero entonces un nuevo impulso le sugerirá que la variación es demasiado sencilla, y finalmente se decidirá a poner bolitas pares como la primera vez. Por lo tanto, diré pares.»

Así lo hace, y gana. Ahora bien, esta manera de razonar del colegial, a quien sus camaradas llaman «afortunado», ¿en qué consiste si se la analiza con cuidado?

- Consiste -repuse- en la identificación del intelecto del razonador con el de su oponente.

-Exactamente -dijo Dupin-“[2]

Indudablemente, este personaje hace una combinación entre la lógica y la imaginación artística. María Luis Rosenblat en su texto “Lo fantástico detectivesco, aproximaciones comparativas a la obra de Edgar Allan Poe” lo señala también; “El relato detectivesco o novela policial tiene como tema una investigación científica racional y de aquí que participe de una doble naturaleza: Científica y artística”[3].

Cabe señalar que Poe generó controversia por este tipo de escritos considerados “contradictorios” con lo que usualmente escribía. Los cuentos policiacos son indudablemente textos basados en la lógica y en lo racional. Poe señaló al Racionalismo como “el mal de su época” y es por esto que sus obras sobre crímenes resueltos con la agudeza racional del método científico hizo que se levantaran las voces de su enemigos literarios que por cierto, eran numerosos. Rosenblat plantea muy bien el debate que se dio en la época en palabras del escritor francés Thomas Narcejac:

“¿Cómo una novela, es decir, una obra de la imaginación puede ser “policiaca”, es decir, derivar de una técnica puramente científica? ¿Qué es ese producto híbrido que reúne en si tanto el arte como la ciencia? ¿No es más bien un cuerpo inestable, siempre dispuesto a expulsar uno de los dos elementos que lo constituyen y a ser, o bien una novela que se vale de accesorios científicos, o bien un objeto de laboratorio decorado con oropeles literarios?”[4]

Esto anterior se debe claramente a la naturaleza del cuento policíaco. Umberto Eco en “la Metafísica Policiaca” afirma que un relato policial constituye una conjetura en estado puro. Además consta de un carácter casi médico o matemático. La trama del relato policiaco busca dar respuesta a ¿Quién?, ¿Cómo?, ¿Cuándo?, ¿Dónde? y ¿Por qué? Aquí es necesario conjeturar que los hechos tienen una lógica; la lógica que el culpable les ha impuesto. Toda obra de este tipo requiere de algunos componentes particulares; el enigma provocado por el crimen. Es necesario resolverlo, recolectar las pruebas y atar cabos para llegar a una conclusión satisfactoria tras una serie de deducciones lógicas. La interrogante que se plantea se dirige visiblemente hacia el porqué existe tanta dificultad para terminar la investigación, es decir, por qué no se logra capturar al criminal.



Esto anterior genera indudablemente una intriga y un suspenso que hacen que el lector se quede pegado a la historia. Posteriormente se presenta la investigación y por supuesto, la figura del detective. En cuanto a la investigación debemos decir que es una reconstrucción del caso, mediante los rastros que ha dejado el criminal. Otros elementos de esta los señala Roger Caillois:

en el género literario policial existe una especie de inversión del tiempo, se sustituye el orden del acontecimiento por el orden del descubrimiento, debido a que se enfoca desde el punto de vista de una deducción, no de un relato. No se trata de una historia, sino del trabajo que la reconstruye y que procura satisfacer antes que nada a la inteligencia”[5]

Ahora bien, la figura del detective en la novela policiaca clásica es una personificación del antiguo héroe, una figura con las características de C. Auguste Dupin: Un hombre casi siempre representado por un tranquilo ciudadano urbano, detective no profesional, amante de la ciencia, independiente, hábil, culto, virtuoso, intelectual, detallista, reflexivo que razona, busca e investiga las posibilidades de que una ocasión y un móvil coincidan en una persona y en él cual luego de la observación se enraizó la deducción, un individuo que basa su victoria en puro triunfo de espíritu.

Con base en lo anterior nace la pregunta que muchos tuvieron que hacerse a mediados del siglo XlX ¿Cómo un hombre atormentado por sus múltiples desgracias, escritor de fabulosos cuentos fantásticos escribe este tipo de relatos con la agudeza de un racionalista? Pues bien, aquí se plantean varias hipótesis. Narcejac afirma que “la obra de Poe surge en una época en que se pensaba en los misterios inexplicables del hombre y del universo podía ser desentrañado por el correcto uso del método científico”[6]. Esto anterior bajo el precepto positivista-racionalista de que todo pensamiento o acto humanos obedece a leyes constantes y determinantes que pueden ser previstos. Esta es una de las posturas que se tienen frente a el proceso de composición de Poe, aquella que sustenta que para él no existe o no cuenta la inspiración y su proceso de escritura evidencia una labor consciente y lúcida de un resultado, como en sus cuentos policiales.

De hecho Poe en su ensayo “El método de composición” deja entre ver esta idea al afirmar que su deseoes demostrar que ningún punto de la composición puede ser atribuido a la casualidad o la intuición, y que la obra ha marchado, paso a paso, hacia su solución con la precisión y la rigurosa lógica de un problema matemático”[7].

Sin embargo, cabe señalar que esta postura de Poe frente a la composición no debe sorprender al incauto lector, pues para él, la obra tiene una forma particular de componerse mediante una sucesión lógica, y que incluso mediante el poder racional la obra podría verse funcionando como un reloj. Nuestra tesis es precisamente que si bien Poe elabora este riguroso método de composición, sus temas obedecen a sus múltiples estados emocionales en lo que respecta de sus cuentos fantásticos y de terror, y a su gran imaginación e inteligencia en sus cuentos policiales, lo cual no hace que Poe deba ser señalado como un racionalista, o “hijo de su época”.

¿Y cómo sustentar esto anterior en su obra? Basta que observemos uno de sus cuentos policiacos: La carta robada. Poe tiene una fantástica cualidad en casi todos sus relatos y es la de mostrar el final, o la trama principal del cuento en el principio del mismo.

Al iniciar La Carta Robada, nos encontramos con un epígrafe de Seneca:

Nil sapientiae odiosius acumine nimio

La anterior alocución significa “Nada es más odiado por la sabiduría que el exceso de astucia”. Poe nos anuncia desde el mismo principio que este caso se va resolver por algo demasiado evidente, además de ser “más fácil de lo que parece”. En el cuento Dupin también lo señala al afirmar que “Quizá sea la gran sencillez de la cosa la que los induce al error”[8] la imaginación de Poe se ve reflejada en este cuento claramente gracias a su estructura particular. María Luis Rosenblat señala que el elemento dramático se ve disminuido pues desde un comienzo se sabe quién comete el crimen, aquí el interés recae en cómo Dupin logra resolver el caso.

Como ya hemos señalado anteriormente, la resolución del caso depende básicamente de la “identificación del intelecto del que razona con el de su oponente”[9].Ya hemos dicho que funciona mediante el mismo método que usa el colegial en su juego de pares e impares. Sin embargo hay otro factor determinante en la resolución del caso y es la fuerza de lo evidente, la cual hace que muchas veces la verdad escape a nuestra mente. Dupin sabe de antemano que el ministro D.. es quien ha robado la carta. Pero ¿cómo encontrarla? Él sabe que sin pruebas no se puede ordenar una inspección en su casa. Lo que hace Dupin es sencillamente astuto; decide pensar como el ministro, pero teniendo en cuenta la naturaleza del mismo. El ministro D.. es además de poeta, matemático y esto hace que sea capaz de razonar bien. Dupin afirma que si fuese tan sólo matemático habría quedado a merced del prefecto. Sabiendo esto Dupin se da a la tarea de encontrar la carta en donde los policías se han negado a buscar por el simple hecho de que parece “muy evidente”, es decir su mansión. Así todo cuanto hemos señalado a lo largo de este escrito sobre la naturaleza del cuento policiaco se pone en marcha para una resolución tan fascinante como inteligente: Dupin encuentra la carta en un lugar tan obvio, tan a la vista que nunca nadie hubiese imaginado que algo tan valioso y celado se encontrara tan expuesto.

Finalmente, cabe señalar que Poe y su personaje Dupin dan el primer paso en un género que indudablemente fue controversial en su época. A principios del siglo XX a la novela policiaca se le denominó “literatura barata” sin embargo con el transcurrir del tiempo otros autores inspirados por el taciturno escritor bostoniano crearon un universo muy rico dentro del género como es el caso de Arthur Connan Doyle y su pintoresco personaje Sherlock Holmes. Incluso en nuestros días los pensamientos de Dupin siguen presentes por ejemplo en el cine. En el filme “El Pianista” del director polaco Roman Polanski una familia judía se ve obligada a huir de Varsovia tras la ocupación nazi. Con la esperanza de volver a su hogar deciden dejar algunos muebles y esconder una cantidad de dinero. Todos plantean esconder el dinero en recónditos escondites, arrancar una planta y dejar el dinero bajo las raíces etc. sin embargo un miembro de la familia plantea dejarlo sobre la mesa tapado simplemente con un sombrero. Obviamente es tomado por loco por el resto de su familia. Así pues, la literatura policiaca continúa ganando adeptos alrededor del mundo y sin embargo siempre volveremos a abrir los libros de Edgar Allan Poe y deleitarnos con la astucia de Chevalier Auguste Dupin.


[1] PLANELLS, Antonio. “El Detective Literario: Panorámica del género policiaco de Poe a Borges”

[2] POE, Edgar Allan. “Narraciones Extraordinarias – La Carta Robada” Editorial Iberia. Barcelona, 2002

[3] ROSENBLAT, María Luisa. “Lo fantástico y lo detectivesco, aproximaciones comparativas a la obra de Edgar Allan Poe”. Monte Ávila Editores Latinoamericana. Caracas, 1988.

[4] Ob.Cit.Pp 168

[5] CAILLOIS, Roger. Acercamientos a lo imaginario, Fondo de Cultura Económica. 1989.

[6] ROSENBLAT, María Luisa. “Lo fantástico y lo detectivesco, aproximaciones comparativas a la obra de Edgar Allan Poe”. Monte Ávila Editores Latinoamericana. Caracas, 1988

[7] POE, Edgar Allan. Método de composición. Editorial Claridad. Buenos Aires. 2006

[8] POE, Edgar Allan. “Narraciones Extraordinarias – La Carta Robada” Editorial Iberia. Barcelona, 2002

[9] ROSENBLAT, María Luisa. “Lo fantástico y lo detectivesco, aproximaciones comparativas a la obra de Edgar Allan Poe”. Monte Ávila Editores Latinoamericana. Caracas, 1988

1 comentarios:

Jhon Fredy dijo...

Criminales inteligentes Vs Matones chafarotes

Esa clase de literatura policiaca de la talla de “los crímenes de la calle Rue Morge” de Edgar Allan Poe, es el extremo opuesto de la tendencia que se ha impuesto en la televisión, en las series policiales. Los criminales de Poe son inteligentes, sagaces, no es fácil atraparlos, hay que penetrar en su mente, pensar como ellos, y desde luego, son rivales que merecen nuestro respeto. Los malos de nuestras películas y series policiales (las colombianas son las peores), son simples chafarotes que matan por matar, no son metódicos sino brutales, son tontos no inteligentes, predecibles, y en definitiva, parafraseando al Guasón de la última película de Bátman, no son criminales con clase.

Ahora bien, es común que la gente excuse a las pésimas películas policiacas objetando que al fin y al cabo son de ficción y que por eso no se necesita que sus personajes sean coherentes, basta con que sean sanguinarios. Pues bien, el verdadero problema de las series y películas policiales es que se parecen demasiado a los matones que vemos todos los días en las noticias, y en realidad los libretistas se han ahorrado el trabajo de leer y estudiar a fondo a los grandes productores de novela y cuento policiaco como Allan Poe, y ahora se dedican a construir sus libretos a partir de las noticias amarillistas de la prensa sensacionalista. Son tramas tan malas, que antes que se desencadene la historia, ya el espectador sabe lo que va a pasar, y hasta empieza a sufrir porque el pobre policía bueno (¿o tonto?), no sabe que le están tendiendo una trampa y cae redondito.

El grave error en el que han caído los libretistas de cine policiaco (repito, los colombianos son los peores) es que quieren pintar al malvado como un hombre cuyo único propósito es el de ser malo y que lo vean como el malo, es chavacán, arbitrario, torpe, sin ningún propósito fuera de hacer el mal; y por supuesto el policía-detective siempre es bueno, un modelo moral de hombre, buen esposo, fiel, buen padre, etc.

La buena fantasía debe ser creíble, es decir, razonable pues de lo contrario no nos convencería y no valdría la pena. Cuando pienso en un psicópata asesino en serie, lo que se me viene a la cabeza es la imagen de Hannibal Lecter y no la de Salvatore Mancuso o Garavito, ¿Acaso Lecter es más real que Mancuso? No, es un personaje ficticio, pero tiene la particularidad que fue creado como un asesino inteligente, culto y que comete sus crímenes con gran astucia, además de salvajismo y sangre fría. Los criminales de la vida real como Mancuso, quizá sólo tendrán lo último, por eso no son tan interesantes como personajes de ficción. Fantasía no es sinónimo de irracional, así como “real” no necesariamente es sinónimo de crudo.

Jhon Fredy Suárez Solano

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