sábado, 24 de abril de 2010

Talpa de Juan Rulfo: Una peregrinación hacia la muerte.


La virgen de talpa es para los habitantes del centro oeste de México, lo que Guadalupe es para el resto de los mexicanos. Juan Rulfo toma el nombre de Talpa de Allende, municipio donde se encuentra la imagen de Nuestra Señora del Rosario y lo transforma en el destino de una cruel travesía hacia la muerte. El cuento narra la historia de Tanilo, quien es víctima de una enfermedad repugnante que ha llenado su cuerpo de llagas. Éste decide ir al santuario de Talpa para implorar la curación a la Virgen. Natalia, su esposa y su hermano lo acompañan. El milagro no se realiza; en vez de recuperar la salud, el peregrino muere frente a la imagen invocada. A la ida, durante las pausas nocturnas, cuñado y cuñada tienen encuentros íntimos. De regreso, muerto Tanilo, lo que fuera motivo de placer se convierte en fuente de remordimiento que termina aislando a los ex-amantes.

La propuesta de esta investigación como hemos señalado anteriormente, es el análisis de la ironía en tres cuentos de Rulfo: “Acuérdate”, “Anacleto Morones” y el cuento que atañe a este capítulo: “Talpa”. El enfoque está orientado a la religiosidad que estos cuentos presentan. Algunos críticos señalan explícitamente el aspecto religioso, pero en esta investigación veremos que los cuentos tienen otra intención, y en este sentido es válido el enfoque desde la ironía. Para ello partimos de la definición de la ironía de acuerdo con el Diccionario de Retórica y Poética de Elena Beristáin: “Figura de pensamiento, porque afecta a la lógica ordinaria de la expresión. Consiste en oponer, para burlarse, el significado a la forma de las palabras en oraciones, declarando una idea de tal modo que, por el tono, se pueda comprender otra cosa, contraria. (Beristáin, 1992).

Ahora bien, en la medida que se adentra en la lectura de los cuentos antes mencionados, encontramos que efectivamente el sentido de la ironía adquiere forma. En “Talpa” la peregrinación que hacen Tanilo, su hermano y Natalia en busca de sanación, tiene un final contradictorio, pues Tanilo muere delante de la Virgen del Rosario. En este aspecto podíamos decir que la peregrinación se opone a la intención, y allí adquiere significado el sentido de la burla. Ésta connota la ingenuidad, la creencia y el sacrificio de unos personajes provenientes del campo que ilusionados con la palabrería de los curas, reiteran la constante situación de desencuentro de la religión con la práctica y la pobreza deplorables en que Rulfo ha creado a sus personajes, que a su vez impide que se valgan de los recursos naturales de la medicina; es por esta razón que se debe recurrir a una curación sobrenatural y sacrificar como podemos ver en el cuento, todo lo posible para llegar hasta el santuario.

Aún más, la peregrinación adquiere otro tono: la infidelidad, y es de esa manera, tal como lo plantea la ironía, “comprendemos otra cosa”. La peregrinación tiene como fin que Tanilo muera, y Natalia pueda convivir tranquilamente con su cuñado.

Pero ocurre que la ironía se acentúa más, porque estos no logran su propósito, y la culpa aparece en ellos. “Yo comienzo a sentir como si no hubiéramos llegado a ninguna parte; que estamos aquí de paso, para descansar, y que luego seguiremos caminando. No se para dónde; pero tendremos que seguir, porque aquí estamos muy cerca del remordimiento y del recuerdo de Tanilo” (Rulfo, 2009. Pág. 157)[1].

Tal como señalé anteriormente, el hermano confiesa el propósito de la peregrinación: que éste muriera. Pero la culpa no le permite lo que hicieron. Asimismo el dolor de Natalia hace que confiese, en un acto catártico, la culpa por la muerte de Tanilo. Entonces el placer se convierte en dolor.

La conciencia del pecado del narrador y la esposa de Tanilo (Natalia) aparecen a lo largo del cuento, y sobre todo en el final de este, pues como ellos mismos afirman, “nosotros lo llevamos allí para que se muriera” (Rulfo, 2009, pág. 159). Lo que podemos observar es que si bien Rulfo no se plantea la validez de la religión, si pone en entredicho la práctica de ésta y se ve casi una negación que se vale de la mofa de estas formas de religiosidad que siguen considerándose como posibles herramientas de salvación, en las vidas de unos personajes que se encuentran inmersos en un mundo desolado y amargo.

A estos seres los ha abandonado la divinidad que testimonian en sus pobres vidas, quedando atrapados en un mundo en ruinas, cerrado, cercado, habitado por la muerte y sin un más allá que sugiera redención, pues la religión de los personajes de Rulfo no promete una trascendencia espiritual visible.

Sobre el factor religioso se ha escrito una buena cantidad de textos, sin embargo todos demarcan la actitud beligerante de Rulfo frente a esta, o incluso señalan que no es más que un artificio del autor. Carlos Blanco Aguinaga afirma: “no me atrevería yo a decir que "el discurso" narrativo de Rulfo niega "esos (indefinibles) rasgos (del mexicano)" todavía tal vez dominantes, y que hasta "ironiza" y "se mofa" de ellos. Me resulta difícil pensar que Rulfo se "mofara" de nada (como no fuera de sí mismo y de las pretensiones de los gurús culturales)”, no obstante me permito creer que la religiosidad, o falsa religiosidad que podemos observar al menos en los cuentos que hemos escogido para el desarrollo de esta investigación, obedecen a una labor crítica profunda, desde las ironías de los textos, desde la burla, a unos principios religiosos claramente absurdos. Valencia Solanilla señala también en su texto “Problemática de Dios en Juan Rulfo” que la religiosidad de los personajes en la obra Rulfiana “no es una religiosidad cualquiera: es una búsqueda sin sentido, una finalidad sin fin, una forma de trascendencia nihilista en que se opera un «recorte del mundo»” (Valencia, 2004).

Consideramos ésta, una afirmación arriesgada, dado que para los personajes esta religiosidad si tiene un sentido y un fin. En el caso de “Anacleto Morones” demostrarle a la gente que ha venido en “maledicencias” que el niño Anacleto, en efecto si era santo, y de esta manera legalizar por medio de la canonización la praxis de su “fe”. En “Talpa”, el cuento que nos convoca en este capítulo, para Tanilo tiene un sentido aún más profundo, de vida o muerte, y es éste la curación de su enfermedad que le carcome desde dentro; independiente de las intenciones de su esposa y su hermano. Entonces no podemos hablar de una “finalidad sin fin” pues todas estas manifestaciones, mal o bien, tienen un objetivo estrechamente ligado a esas creencias acomodadas y supersticiosas que se dan por válidas.

Asimismo, La definición de ironía, en el Diccionario de Retórica y Poética de Beristáin señala que la ironía, y en especial la categoría antífrasis[2] se relaciona de una manera cercana con la paradoja. La paradoja se define como : “Figura de pensamiento que altera la lógica de la expresión, pues aproxima dos ideas opuestas en apariencia irreconciliables, que manifestaría un absurdo si se tomara al pie de la letra, pero que contienen una profunda y sorprendente coherencia en su sentido figurado.” (Beristáin, 1997). Rastreando el cuento, la escena en que Tanilo entra en el grupo de danzantes azotándose y saltando en medio de una locura colectiva, coincide con el momento de culminación de su fe. La escena siguiente en que Tanilo muere mientras el cura sigue predicando la validez de estas vías religiosas y, por ello, de las prácticas que concitan refleja una cruel paradoja, que nuevamente connota un cuestionamiento de las vías de esta práctica religiosa. Como bien se señala en el Diccionario de Retórica y Poética, lo que más llama la atención de la paradoja, es su aspecto superficialmente ilógico, que conlleva a una contradicción. Pues bien, todo Talpa es contradictorio, la misma intención de Tanilo de viajar en las difíciles condiciones en las que se encontraba, la intención de los amantes (Natalia y su cuñado) así como el desenlace.

Uno de los aspectos, de donde más se puede soportar la ironía en el aspecto religioso de los cuentos es la superstición que se percibe a lo largo de los relatos. Ivette Jiménez afirma que en “Talpa” la religión está llevada al extremo de la caída. “El cuento denuncia como lo hizo Rulfo muchas veces, la mercantilización de lo religioso, que no re-liga con lo alto y determina esa fe deshabitada, sin objetivo” (Jiménez.1989).

Sin embargo esa es la perspectiva de Natalia y su cuñado que tienen un objetivo muy distinto al de Tanilo. La superstición según la vigésima segunda edición del diccionario de la RAE[3] no es otra cosa que una creencia extraña a la fe religiosa y contraria a la razón, o en su defecto, una creencia excesiva. Esta superstición se ve reflejada por ejemplo, en la importancia de llegar temprano a Talpa; “En eso pensábamos Natalia y yo y quizá también Tanilo, cuando íbamos por el camino real de Talpa, entre la procesión; queriendo llegar los primeros hasta la Virgen, antes que se le acabaran los milagros.”(Rulfo, 2009. Pág. 158) si bien, la misma peregrinación obedece a un acto cuestionable desde su mismo origen, el colocar en entredicho el poder divino de la virgen al pensar que ésta concede un número limitado de favores y milagros, obedece claramente a una burla (ironía) magistral de Rulfo a estas prácticas establecidas por la fe. Incluso los preceptos que se tienen de luz-bondad, oscuridad-maldad son revertidos. La luz degenera en calor sofocante, la claridad en instrumento que puede poner al descubierto los siniestros designios de los amantes. En cambio, la noche, además de mitigar los ardores del sol, esconde a la pareja incestuosa de la luz del cielo; simboliza además la muerte, hacia la cual se encaminan como hacia la liberación definitiva: Ya descansaremos bien a bien cuando estemos muertos (Carmolinga, 2002. Pág. 2)

Otra ironía que encontramos en el cuento es quizás la inutilidad de la fe, o mejor del sacrificio. El narrador relata cómo su llegada a Talpa ha sido más demorada que de costumbre. “Todo se debió a que Tanilo se puso a hacer penitencia. En cuanto se vio rodeado de hombres que llevaban pencas de nopal colgadas como escapulario, él también pensó en llevar las suyas. Dio en amarrarse los pies uno con otro con las mangas de su camisa para que sus pasos se hicieran más desesperados. Después quiso llevar una corona de espinas. Tantito después se vendó los ojos, y más tarde, en los últimos trechos del camino, se hincó en la tierra, y así, andando sobre los huesos de sus rodillas y con las manos cruzadas hacia atrás, llegó a Talpa aquella cosa que era mi hermano Tanilo Santos” (Rulfo. 2009. Pág. 157). Esto anterior Beristáin lo señala como una categoría propia de la ironía: El sarcasmo. Definido de la siguiente manera: “Se llama sarcasmo, cuando la ironía llega a ser cruel, brutal, insultante y abusiva en el sentido de que se aplica a una persona indefensa o digna de piedad: La ironía llega a ser sarcasmo por ambas razones, por insultante, y porque la víctima ausente o no, no puede defenderse”. (Beristáin, 1997)

La Irónica cura de Tanilo.

Dado el estado en que se encontraba Tanilo, al entrar en el santuario, lo que se pedía no era una curación sino una resurrección por así decirlo. Era un jugarse el todo por el todo. El deterioro de un cuerpo debilitado por la enfermedad y torturado por la penitencia sigue su curso sin remedio hacia la muerte.

Si bien Tanilo realiza su propio viacrucis en busca de su sanación, Ésta llega, pero no en la forma esperada, sino contrariando sus expectativas: en vez de la prolongación de la vida física, efímera, mediante la muerte del cuerpo se le proporciona el ingreso en la vida eterna.

Rafael Carmolinga se plantea en su texto “El tema religioso en Talpa” si hay o no una respuesta de la virgen a las súplicas de Tanilo; Y si la hubiere, esta indudablemente sería NO. Si bien la hagiografía cristiana abunda en ejemplos de casos sobre personas que han sido curadas, gracias al rezo ante figuras milagrosas, en el caso de Tanilo al parecer, la virgen se ha valido de eso que llaman el silencio de Dios. Pues en “Talpa” la expectativa del milagro se excluye desde el principio, cuando nos enteramos las razones del llanto quedito de Natalia, llanto provocado evidentemente por su el remordimiento que le provoca haberle dado el trato que le dio a su marido, con el afán de acelerar la muerte de este y así, la infidelidad con su cuñado pase de momentos furtivos, a algo más estable. El narrador relata ese tipo de encuentros nocturnos que sucedían entre él y la esposa de su hermano mientras descansaban de las largas caminatas hacia el santuario de Talpa. “Habíamos estado juntos muchas veces; pero siempre la sombra de Tanilo nos separaba: sentíamos que sus manos ampolladas se metían entre nosotros y se llevaban a Natalia para que lo siguiera cuidando. Y así sería siempre mientras él estuviera vivo.”(Rulfo, 2009. Pág. 58) Una y otra vez éste acepta que su principal objetivo es que su hermano Tanilo se muriera, por eso lo obligaron a caminar, y le dieron el trato que se sabe le propinaron. Sin embargo la ironía se presenta después de la muerte de Tanilo como lo señalamos al inicio del capítulo: Descartado el desenlace feliz de la curación, se puede esperar otro; el enlace venturoso de los dos romeros sobrevivientes. Ahora podrán realizar en completa libertad lo que antes tan sólo podían hacer a hurtadillas y esporádicamente. Pero tampoco esto se logra; en este aspecto la situación empeora.

Conclusión: el muerto está mejor que los vivos, pues aquél descansó - Tanilo se alivió hasta de vivir-, mientras que éstos llevan el germen letal del remordimiento. Si bien el camino tendrá su fin para Tanilo, los otros dos protagonistas serán condenados a recorrerlo– ya no tanto físicamente sino espiritualmente — en el infinito remordimiento que les corroe el alma. “La culpa y el remordimiento permea todos los ámbitos del cuento. Este lo abren las largas e incontenibles lágrimas de Natalia quien a su regreso de Talpa llora, “como si estuviera exprimiendo el trapo de nuestros pecados.” (Rulfo, 2009, 168)”

Muerto Tanilo, enfrente de la Virgen y durante el sermón del sacerdote, el hermano confiesa la tristeza que lo embarga al verse con el hermano muerto en brazos, ''como si fuera un estorbo'' Esto representa una nueva ironía; Esa muerte desgarradora de Tanilo, tras un tortuoso camino para llegar hasta allí, contrasta con la vitalidad religiosa del culto a su alrededor. Además la imagen que señala el narrador, para quien “ver a la Virgen allí, mero enfrente de nosotros dándonos su sonrisa'' proporciona un alto grado de tristeza, injusticia y dolor. Otro sarcasmo más en la obra.

A Tanilo (“Santos” es su apellido) el destino divino le ha enviado, como a un Job moderno, una prueba para comprobar la veracidad de su fe. Padece él una incurable enfermedad que le carcome los miembros frágiles de su cuerpo; maldita enfermedad que le corroe no desde fuera, sino desde sus propias más internas entrañas. Por esta razón, su instinto de supervivencia lo motiva al extremo de una apuesta suicida: jugarse los pocos días que le restan de vida con la esperanza de recuperarlos multiplicados. Sin embargo pierde la apuesta. Y de paso hace perder a sus acompañantes de viaje, a quiénes la culpa los deja devastados. Tanilo se convierte así en víctima, pero también victimario, pues allí quedó Natalia, “Vino a llorar hasta aquí, arrimada a su madre; sólo para acongojarla y que supiera que sufría, acongojándonos de paso a todos, porque yo también sentí ese llanto de ella dentro de mí como si estuviera exprimiendo el trapo de nuestros pecados.”



[1] En adelante se citará la 19 edición de Editorial Planeta. Buenos Aires.

[2] Ver definición de esta categoría en el capítulo anterior.

[3] Real Academia de la Lengua Española.

jueves, 4 de marzo de 2010

Anacleto Morones: La ironía de una religión falseada

Hay en el cuento de Juan Rulfo (1918-1986) “Anacleto Morones” una fuerte presencia de lo religioso. Sin embargo es una religión falseada, promulgada por gentes socarronas y donde precisamente este tipo de desencuentros entre el ideal de la religión y la práctica de la misma por parte de los personajes, es que una figura retórica se vuelve constante a lo largo de toda la narración: La ironía. El presente texto analiza el aspecto religioso presente en el cuento “Anacleto Morones” con base en la definición de ironía dada por Elena Beristaín en su Diccionario de Retorica y Poética.


La escritora y activista mexicana Elena Poniatowska, dijo alguna vez que “Rulfo no crece hacia arriba sino hacia dentro” y esta es quizás la explicación más precisa para lograr entender porqué la obra de este genial escritor mexicano que no supera las 400 páginas ha sido materia de tantos estudios; como lo señala la profesora Mónica Padilla “El universo rulfiano progresa entonces hacia las hondas cavernas del ser, de allí que la concentrada obra de Rulfo no se despliegue horizontalmente, hacia los costados, en extensión de páginas, sino verticalmente, hacia adentro, hacia lo profundo.”(Padilla, 2002 Pág. 2) Y de todos los tópicos que han sido tema de estudio de la obra de Rulfo, la religión es uno de los que genera gran interés. La religión como el arte es una forma cultural tan importante como la cocina, el vestido o cualquier otro componente de la idiosincrasia de un pueblo. Si bien tenemos claro la literariedad y lo ficcional de toda obra literaria, debemos hacer la salvedad que muchos aspectos de la realidad se encuentran inmersos en la literatura, y tratándose de la religión, es el catolicismo el credo que promulgan los personajes creados por Juan Rulfo en su universo literario. El binomio muerte y vida constituye uno de los ejes culturales más importantes dentro de la cultura mexicana, y todo esto se encuentra enmarcado en las prácticas rituales de la religión. Carlos Margain en su texto “El día de los muertos y los sacrificios humanos en México” sostiene que “toda esta celebración en la que es muy común observar a un niño comerse un chocolate con forma de calavera, obedece a un sincretismo que se da entre la religión católica y las creencias religiosas de los antepasados” (Margain, 1984, Pág. 116) Y pudiésemos añadir que esta práctica deriva de los sacrificios y ofrendas que hacían los olmecas, aztecas y otras civilizaciones de Mesoamérica a sus deidades y miembros. Sin embargo, Juan Rulfo siempre adoptó una postura muy crítica frente a la religión, y sobre todo ante la práctica de la misma. En una charla con estudiantes, Rulfo dice que para el mexicano la relación sagrado-profana ante la muerte intensifica y recrea su trato con la vida y con los vivos. Pero que a los muertos, en la semana del día 2 de noviembre, no queda más que la desesperación, pues perdieron la paz de sus pláticas compartidas entre tumbas: “Debe ser muy interesante vivir dentro de un cementerio y poder platicar con los muertos, deben tener cosas muy importantes que decir (...) y me imagino que los muertos no están solos. Los que los interrumpen son los que van a visitarlos el Día de Muertos, precisamente, con música y mariachis y a llevarles flores y ofrendas y pulque y comida. Entonces es cuando ellos se sienten más a disgusto. Pero en cambio, cuando están solos, platican muy a gusto entre ellos...” Y esta crítica a la práctica religiosa y a ciertas costumbres que de ella derivan, se hace evidente a lo largo de su obra, por ejemplo en “Acuérdate” donde se narra la historia de una mujer que se ha gastado todo el dinero en los funerales de sus hijos los cuales se mueren todos recién nacidos. O en “Talpa” donde la peregrinación de un hombre moribundo hasta la virgen de Talpa con la esperanza de ser curado se convierte en un viacrucis que le provoca una agonía aún más terrible. Y claro el tema de los santos y los procesos de canonización ironizados por Rulfo en el cuento que es materia de análisis en este capítulo: “Anacleto Morones”. La ironía entonces aparece constantemente en el aspecto religioso de la obra de Rulfo, incluso desde la misma concepción del credo católico, que si bien es un credo de salvación y libertad espiritual, en la literatura rulfiana se centra la dualidad transgresión /castigo, la permanente presencia de la culpa, la condenación, la superstición, el sufrimiento, la sumisión, el temor de Dios, la soledad, la tristeza, el abandono y la ineficacia del perdón y del arrepentimiento. “Resulta entonces paradójico e irónico constatar cómo Rulfo, a pesar de su intenso sentido de la religiosidad, construye casi invariablemente en sus ficciones una religiosidad límite, que se evidencia en el umbral de su propia negación, es decir transformada en herejía, paganismo, irreligiosidad.” (Valencia, 2004. Pág. 76)

La ironía en el aspecto religioso de “Anacleto Morones” podríamos sustentarla desde la concepción de la autora Ivette Jiménez, quien afirma que lo religioso en el citado cuento constituye una “gran farsa” que denuncia la mercantilización de lo sagrado; allí según ella se invierte el sistema; el incesto entre Morones y Esperanza, la intención final de la visita de Pancha Fregoso y sus amigas, así como la naturaleza divina del niño Anacleto. Dios es un instrumento para el engaño plácido de las mujeres de la congregación, en un relato magistral sobre el paganismo representado en la sexualidad como medio de purificación terrena, ante la lejanía y la inutilidad del gozo celestial. “El niño Anacleto sí que sabía hacer el amor” (Rulfo Juan, 2009. Pág. 265) La ironía vista desde Elena Beristaín se comprende como una figura retórica “que afecta directamente la lógica de la expresión que consiste en oponer para burlarse el significado a la forma. (Beristaín, 1995) según Beristaín esta situación en que una idea dependiendo de su tono pueda dar a comprender otra cosa, o cuando alude a cualidades opuestas a las que un objeto posee se denomina Antífrasis. La antífrasis en “Anacleto Morones” se evidencia en la concepción de las viejas beatas, quienes sostienen que “El niño Anacleto” era un santo que subió al cielo en cuerpo y alma, y piden la cooperación de Lucas Lucatero para obtener la canonización; en la opinión de éste, Anacleto era un embaucador codicioso y mujeriego, no obstante las mujeres quieren que Lucas atestigüe la naturaleza divina de su ex suegro pero lo único que este puede asegurar es la codicia y lascivia de este candidato a santo. La irónica forma como se va el lector enterando de la calaña de este personaje constituye una sátira al ideal religioso judeo-cristiano. La religión se ve falseada desde mortales pecados como el incesto entre Anacleto y su hija, o los métodos de “sanación” de este personaje, e incluso los consejos que instan a sus desprevenidas creyentes a cometer fornicación. Como el mismo Lucatero dice Anacleto Morones “Dejó sin vírgenes a esta parte del mundo.”

Cabría preguntarse entonces por qué esa beligerancia de Rulfo en lo concerniente a la religión. Él señaló en alguna ocasión que sus personajes tenían una “fe destruida, deshabitada” (Portal, 1993, p. 147, nota 1). Cabe señalar entonces que la ironía en “Anacleto Morones” surge a partir de los actos inmorales cometidos por los personajes, que atacan básicamente los aspectos fundamentales de la religión como la fe, los santos, etc.

La mentira y la superstición que se pueden ver a lo largo del cuento, provocan una especie de “fariseísmo” (Carmolinga, 1996. Pág. 6) que dicho sea de paso es uno de los aspectos que más combatió Jesús de Nazaret. El decir sin hacer, o hacer algo totalmente contrario enmarcan el relato en una situación de “pseudoreligiosidad” que de paso confiere una comicidad innegable así como deja entrever aspectos muy criticables de la religión dominante entre los personajes de Rulfo.
Sin embargo esta conducta que conlleva a estos personajes a depositar su fe en algo obedece básicamente a uno de los tantos miedos que genera el catolicismo, y es este el miedo a la condenación. La religión se convierte es una entidad punitiva, y para evitar un castigo se recurre a una fe de doble moral, como la observada en el cuento. Ahora bien esto también hace parte de ese panorama desolador y de desesperanza en que viven inmersas estas pobres gentes. Los personajes creados por Rulfo aparecen en muchas ocasiones contemplando tierras secas, oprimidos por caciques, soportando terribles enfermedades, creciendo entre el polvo y el viento sin sentido, y en la miseria. De modo que es perfectamente entendible que entre estas gentes haya tendencia a venerar a cualquier persona que les venda un poco de tranquilidad, y de sanación por medio de prácticas “divinas”, incluso si se trata de un personaje como Anacleto Morones. Es una forma de “intentar agarrarse de algo externo” (Blanco, 1992. Pág.854) pues su fe interior está muerta hace mucho. Una de las explicaciones a la constante aparición de lo religioso en la obra de Rulfo obedece a esa realidad pragmática en la que él ha configurado todo su universo literario, haciendo de la religiosidad una institución material y tangible perteneciente a la iglesia, y que representa una herramienta efectiva para la búsqueda de la transcendencia del hombre. Por esto es tan importante para todos estos personajes.

Sobre el peso de la tradición

Quizás una de las herramientas más fuertes, llámese de convencimiento o llámese de sometimiento de la iglesia, hace referencia a la tradición y al legado que esta profesa desde hace más de dos mil años, en el que para nuestra civilización occidental marca el inicio de una nueva era. El concepto de tradición, definida en el sentido más contundente es: la expresión más evidente de las presiones y límites de la hegemonía religiosa; la tradición católica se basa en la versión selectiva de un pasado formante y un presente preformado que involucra un futuro de trascendencia, lo cual es entonces un operativo poderoso en el proceso de definición e identificación social y cultural del ser. Esta tradición es la que permite que el credo se transmita de generación en generación y no sea cuestionado en lo más mínimo, produciendo esos vacíos y conflictos morales los cuales la literatura ha sabido sacar partido, como es este el caso de “Anacleto Morones” de Juan Rulfo. Fredric Jameson lo explica de una forma contundente. Él afirma que este tipo de conflictos son comunes en la literatura porque “nunca ha existido una forma cohesiva de sociedad humana que no estuviera basada en alguna forma de transcendentalismo o religión y esto lo atribuye precisamente al desconocimiento, por parte del individuo, de la totalidad de la situación social en que se desenvuelve, es decir la ignorancia” (Jameson, 1988. Pág.355). Y es gracias a esta ignorancia soportada en una fuerte tradición la que provoca más y más situaciones irónicas en el cuento, como por ejemplo el proceso de canonización del santo Anacleto. La iglesia católica es la única confesión religiosa que posee un mecanismo formal, continuo y altamente racionalizado para llevar a cabo el proceso de canonización de una persona. Este proceso convierte al siervo de dios o candidato a santo en modelo de conducta ante los creyentes, dándole reconocimiento por el grado de perfección alcanzado y como intercesor ante Dios, debido a sus virtudes divinas. “Este proceso se lleva a cabo por dos vías de análisis, la vía de las virtudes heroicas y la vía del martirio. Es decir, en la canonización se establece si la persona ha vivido las virtudes cristianas en grado heroico, o si ha sufrido martirio por causa de la fe. Además, para llegar a santo se requiere de la realización confirmada de uno o dos milagros” . En el caso de Anacleto Morones, los milagros confirmados de este no son más que falsedades, son milagros producidos por la intercesión de seres humanos, santificados por una praxis ilegal e indocumentada ya que el texto como lo hemos señalado propone una artificialidad en el proceso de canonización; se trata de milagros inventados, bajo causantes nacidas de la fantasía e imaginación del fanatismo. En otras palabras, “es la santificación forzada con un objetivo lejos de la espiritualidad, fuera de los procesos rigurosos que se les daría en la investigación de lo sobrenatural ocurrido para denominarlos milagros.” (Manzo-Robledo, 2002. Pág. 1) el narrador lo evidencia claramente en el pasaje en que la hija del peluquero cuenta a Lucas Lucatero cómo el “santo niño” ha curado a su esposo de la sífilis:

“No me has de negar que el Niño Anacleto era milagroso —dijo la hija de Anastasio —Eso sí que no me lo has de negar (…) A mi marido lo curó de la sífilis (…) Es algo así como la gangrena. El se puso amoratado y con el cuerpo lleno de sabañones. Ya no dormía. Decía que todo lo veía colorado como si estuviera asomándose a la puerta del infierno. Y luego sentía ardores que lo hacían brincar de dolor. Entonces fuimos a ver al Niño Anacleto y él lo curó. Lo quemó con un carrizo ardiendo y le untó de su saliva en las heridas y, sácatelas, se le acabaron sus males. Dime si eso no fue un milagro.” (Rulfo, 1953. Pág. 172)

Su otro aparente milagro es la explicación que las viejas beatas dan a la desaparición de Anacleto Morones de la faz de la tierra, a lo que ellas afirman que no ha sido otra cosa más la ascensión en cuerpo y alma a los cielos de “el santo niño”, sin saber que su alma muy seguramente tomó un rumbo diferente al del paraíso, y su cuerpo se encuentra bajo un arrume de piedras en el patio de Lucatero.

Ahora bien, qué otra razón más que la sagacidad de un hábil mentiroso y unas abnegadas e ignorantes mujeres podríamos dar para que este tipo de argumentos sean presentados a Lucas Lucatero con el fin de convencerle de que dé buen testimonio de su “santo suegro”. Aquí queda otro aspecto en el aire y que también podría llevar consigo esta figura retórica que hemos venido analizando a lo largo de este capítulo, y es la finalidad de la visita de estas mujeres a la casa de Lucas Lucatero. Quizás la mayoría de ellas estén plenamente convencidas de la naturaleza divina de Anacleto Morones, pero hay una de estas mujeres que quizás tenga otras intenciones con la visita a la casa del yerno del candidato a santo. Ésa es Pancha Fregoso, quién desde un principio se mostró como la más obstinada de toda la comitiva en su santa causa. Quizás su obstinación tenía como pretexto que el tiempo transcurriera y así ella pudiese pasar la noche con Lucas. Sin embargo todas estas intenciones están solapadas por la doble moral como podemos ver:

—Oye, Francisca, ora que se fueron todas, te vas a quedar a dormir conmigo, ¿verdad?
—Ni lo mande Dios. ¿Qué pensará la gente? Yo lo que quiero es convencerte.
—Pues vámonos convenciendo los dos. Al cabo qué pierdes. Ya estás revieja, como para que nadie se ocupe de ti, ni te haga el favor.
—Pero luego vienen los dichos de la gente. Luego pensarán mal.
—Qué piensen lo que quieran. Qué más da. De todos modos Pancha te llamas.
—Bueno, me quedaré contigo; pero nomás hasta que amanezca. Y eso si me prometes que llegaremos juntos a Amula, para yo decirles que me pasé la noche ruéguete y ruéguete. Si no, ¿cómo le hago? (Rulfo, 2009. Pág. 159)

Aquí sin duda asistimos al choque entre un sistema de creencias ilusorias y la realidad de la vida, Esas creencias ilusorias son fortificadas con un manto transparente, es decir falso, de transcendentalismo religioso, para que, ante el ignorante, parezcan dignas de lucha y de sacrificio: en este caso las mujeres de Amula. Sin embargo la realidad es otra, cuando observamos el comportamiento de Pancha Fregoso, por ejemplo, notamos que no todas poseen la misma intención.

Tras el acto que se consuma entre estos dos personajes (Lucatero y Pancha Fregoso) esta le confiesa la calidad de los métodos de sanación y “evangelización” de Anacleto Morones;

Después ella me dijo, ya de madrugada: -Eres una calamidad, Lucas Lucatero. No eres nada cariñoso. ¿Sabes quién si era amoroso con una? -¿Quién? -El Niño Anacleto. Él sí que sabía hacer el amor. (Rulfo, 2009. Pág. 163)

Pancha fregoso se confiesa, y de paso confiesa a sus acompañantes, y deja ver cómo aquel hombre, de encantos divinos y dones de sanación, además de hábil charlatán Si que sabía hacer el amor. Lucas Lucatero ha sido vencido finalmente por Anacleto Morones en el campo en que mejor se sabía mover, la cama.